[FIC] Some Days Stay Gold Forever

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Título: Some Days Stay Gold Forever
Personajes: Jongin, OC, Joonmyun
Nº de palabras:
 11.8k
Clasificación: 
PG
Resumen: 
Los días se convirtieron en semanas, en meses y, finalmente, en años. El tiempo pasó inexorablemente y de repente me di cuenta de que él ya no era un niño.
Advertencia: ((infidelidad, mención muy breve (prácticamente invisible) de sexo))
Nota: ni siquiera un dolor de cabeza que amenaza con volverme loca (no es que no lo esté ya) me impide pensar nuevas cosas que escribir. Oh, y está escrito escuchando exclusivamente esto.

*

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Cuando le conocí, tenía once años.

Medio sentado en el muro de ladrillo sucio que contenía un seto tan frondoso que comenzaba a salirse por los bordes, miraba hacia un lado, distraído. El pelo lacio y brillante le tapaba los ojos, y sus dedos sujetaban con fuerza los trozos de barro rojizo y moldeado, como si de aflojarlos lo más mínimo fuese a dar de bruces contra el suelo. Sus piernas delgadas se extendían frente a él enfundadas en lo que creo eran sus pantalones del uniforme del colegio. Parecía que el calor sofocante no le afectaba en absoluto ya que, al contrario que el resto de seres vivos allí presentes, no buscaba sombra y no se movía un ápice a pesar de que el sol caía sobre él con toda su desgarradora fiereza. Una mochila descansaba a su lado sobre los polvorientos adoquines.

La imagen de aquel chiquillo sentado, cabeza gacha y complexión delgada bañadas por la luz intensa junto a los setos era casi sobrecogedora, tanto que tuve que parpadear varias veces para volver a la realidad por completo.

Por aquel entonces, yo contaba dieciséis años y acompañaba a Joonmyun desde el instituto a su casa; teníamos que hacer un trabajo de filosofía juntos. A ninguno de los dos nos apasionaba la filosofía, pero a mí me apasionaba Joonmyun y eso era realmente todo lo que necesitaba como excusa para acompañarle a casa y pasar unas horas más con él.

Conocía a Joonmyun desde que era pequeña y habíamos sido amigos desde aquel día en el que tuvimos que recitar una canción en clase delante de todos nuestros compañeros, hecho que casi provocó que ambos muriéramos de vergüenza en el intento. Con el paso de los años nos habíamos vuelto inseparables y lo cierto es que no pasó demasiado tiempo hasta que mis revueltas hormonas hicieran evolucionar mis sentimientos hacia él; sin embargo, en aquel momento me contentaba con poder ser su amiga.

Pero volvamos al tema en cuestión.

Regresábamos del instituto con pesadas mochilas y bolsas de comida ―nada sofisticado, solo el par de menús de Lotteria más baratos que nuestras tristes carteras nos podían permitir― dispuestos, o no tanto, a trabajar el resto de la tarde cuando nos encontramos con él.

Como ya he dicho, tenía once años, once añitos nada más. A pesar de eso, su postura, el modo en el que sus hombros estaban echados hacia delante de forma pesada me hizo pensar que aquel crío guardaba en su interior mucha más tristeza de la que un niño de esa edad debía guardar.

Joonmyun paró nuestra indignada conversación sobre el calor que comenzaba a hacer en las clases de educación física (estábamos a principios de junio) para saludar al por aquel entonces desconocido para mí.

―¡Jongin! ―exclamó alegre, levantando un brazo ligeramente para hacerle un gesto.

Fue entonces cuando el chico alzó la cabeza para mirar a Joonmyun, y casi puedo jurar que en esos ojos vi un oscuro pozo sin fondo nada propio de alguien de su edad. No obstante, en cuanto reconoció a Joonmyun su rostro se iluminó de forma impresionante con una sonrisa cegadora al mismo tiempo que su delgado cuerpo al completo pareció crecer un par de centímetros solo por el modo de incorporarse y ponerse en pie para acercarse a nosotros que tuvo. Una estampa digna de ver.

―Jongin ―repitió Joonmyun―. ¿Qué haces aquí fuera? Hace mucho calor.

―Ah, hyung… ―respondió él con una sonrisa tímida―. Estoy esperando a Zitao, tenemos entrenamiento en un rato y hemos quedado para ir juntos.

―¿Tenéis entrenamiento a esta hora? ¿No es eso un poco peligroso con este calor? ―preguntó mi amigo abanicándose con la mano con gesto bastante teatrero, aunque un segundo más tarde pareció recordar algo importante y chasqueó los dedos sonoramente―. ¡Ah, los entrenamientos para el campeonato de verano! ¿Os estáis preparando para eso, no? ―Jongin asintió velozmente, indicando a Joonmyun que estaba en lo cierto con su suposición―. ¿Cuándo empieza el campeonato? Creo que me dijiste que el mes que viene, ¿no?

Pude ver por el rabillo del ojo cómo Joonmyun cambiaba el peso de su cuerpo de un pie al otro, gesto que no sé si consciente o inconscientemente, Jongin imitó.

―Sí, hyung. El primer partido es en tres semanas y ya nos estamos preparando a tope. ―Soltó una risita mientras se rascaba la nuca de forma distraída con una de sus manos.

―¡Mucho ánimo! ―Entonces fue cuando Joonmyun me hizo añadir otro momento embarazoso a la interminable lista que llevaba rellenando desde el día que nos conocimos, ya que procedió a hacer un gesto de ánimo estilo anime japonés con su salto, puño al aire, grito de guerra y sonrisa cegadora y todo lo demás.

Dios mío, lo que tenía que aguantar. En momentos como ese me preguntaba a mí misma cómo era que me había enamorado de alguien como él.

Sin embargo, en ese preciso instante y para mi mayor alivio, otro niño apareció corriendo y dando trompicones por la esquina, pelo negro pegado a la frente del sudor y bolsa de deportes balanceándose descontroladamente a su espalda.

―¡Zitao! ―protestó Jongin con las cejas alzadas.

El tal Zitao masculló entre dientes una excusa sobre un par de calcetines olvidados en el autobús cuando Jongin le recriminó que iban a llegar tarde, y sin muchas palabras más se ajustaron las mochilas al hombro y se prepararon para marcharse.

―Tenemos que irnos… ―Jongin volvió a soltar una risita nerviosa, torciendo los labios en una mueca que mi cerebro inteligentemente catalogó como adorable.

―Muy bien, Jongin, Zitao. ―Joonmyun también sonrió y saludó a ambos niños con la mano―. ¡No lleguéis tarde!

―¡Vale, hyung, adiós! ―Antes de irse completamente, Jongin se giró una vez más para inclinarse mirando hacia Joonmyun, y seguidamente repitió la acción mirándome a mí―. ¡Adiós, nuna!

Y sin más, ambos salieron corriendo calle abajo. Sus gritos angustiados por lo tarde que era quedaron amortiguados por el calor aplastante del sol y el peso de las ardientes baldosas bajo dos pares de pies apresurados.

Ese fue el día que conocí a Jongin.

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La siguiente vez que le vi no fue hasta un tiempo después.

Aquel húmedo día de principios de julio había ido a casa de Joonmyun a ayudarle a estudiar inglés (porque para qué mentir, el inglés nunca había sido el punto fuerte de Joonmyun) para su examen de septiembre. En mitad de una lección en la que le explicaba cómo funcionaba aquello del discurso indirecto por enésima vez, el timbre sonó, y unos momentos más tarde un alegre Jongin apareció por la puerta con una sonrisa tan ancha que la habitación parecía incapaz de albergarla.

Llevaba puesto una equipación de fútbol azul marino de lo que supuse era su colegio, y un par de botas de tacos, una bolsa de deporte y un balón bajo el brazo completaban su indumentaria. Tenía manchas de tierra por doquier y el pelo revuelto en todas direcciones; parecía que se había rociado con agua por el aspecto de los goterones oscuros que le adornaban la camiseta y el pantalón corto. No era muy difícil adivinar que acababa de volver de jugar.

―¡Hyung, hemos ganado! ―soltó, y su tono alegre y agudo casi me hizo reír.

―¡Enhorabuena, Jongin! ―exclamó Joonmyun a su vez levantándose de la silla―. ¿Contra quién habéis jugado hoy?

―Contra el Kyunghee. Tienen un equipo bueno, pero nosotros somos mejores. ―Volvió a sonreír cuando Joonmyun se rio por lo bajo―. ¡Hyung, cuando estábamos como a mitad del segundo tiempo Minseok ha metido un golazo por la escuadra desde casi medio campo que ha dejado a todo el mundo con la boca abierta, y Chanyeol ha parado un montón de balones de Yifan, el delantero del otro equipo, ese tan alto que parece una torre! ―relató entusiasmado mientras hacía gestos grandilocuentes con los brazos.

―¿Yifan? No me habías hablado de él antes ―comentó mi amigo a su vez.

―¡Sí, hyung, es más alto que Chanyeol! Y sus chutes son muy fuertes… ―Por un segundo, Jongin bajó el tono de voz como si reflexionara en profundidad sobre algo muy importante al mismo tiempo que el dedo índice se le perdía entre los labios en un gesto nervioso, mas poco tardó en volver a prorrumpir emocionado―. ¡Y Zitao me ha hecho un pase desde la banda izquierda casi al final y he metido un gol! Mira que mi pierna buena es la derecha, pero he conseguido controlarla bien y he podido regatear sin problemas a su portero.

―¡Qué bien! Me alegro un montón. ―Joonmyun le dio un par de palmaditas en la espalda que hicieron que su sonrisa se ensanchara más si es que aquello era posible.

―¿Tú qué estabas haciendo ahora, hyung? ―preguntó entonces Jongin, curioso.

―Estaba estudiando inglés porque al final he suspendido el examen y tengo que presentarme al de septiembre. ―Rio de forma nerviosa mientras señalaba hacia el escritorio junto al cual estaba yo sentada observándoles en silencio.

En aquel momento, el chiquillo notó mi presencia en la habitación por primera vez desde que entró. Abrió mucho los ojos y se puso firme, tal y como haría frente a alguien muy importante y serio, y rápidamente se inclinó casi noventa grados frente a mí.

―Hola, nuna. ―Su voz era mucho más pequeña y débil entonces comparada con la emoción que había transmitido cuando hablaba con Joonmyun.

―Hola, Jongin ―respondí con una sonrisa discreta y un saludo con la mano.

―¿Quieres quedarte con nosotros? Habíamos pensado ver una película cuando termináramos de estudiar…

―¿«Cuando termináramos de estudiar»? ―intervine entonces algo incrédula―. Querrás decir «cuando yo desista en intentar hacerte comprender algo que ni siquiera te esfuerzas por comprender» ―rectifiqué con una ceja arqueada desde mi asiento.

Jongin rio por lo bajo, y Joonmyun me lanzó una mirada asesina acompañada de un par de labios fruncidos.

―Bueno, ¿qué dices, Jongin, te quedas? ―masculló entonces fingiendo que lo que yo acababa de decir nunca había salido de mi boca.

El chico le observó con ojos muy abiertos. Acto seguido miró hacia abajo, hacia donde su propio cuerpo y su ropa le saludaban llenos de manchas, y murmuró unas palabras muy quedamente.

―Creo que debería darme una ducha antes. ―Parpadeó intimidado como si alguien le hubiera atrapado de lleno con las manos enterradas en un pastel.

―¿Por qué no vas tú a ducharte mientras nosotros estudiamos y cuando estés listo vienes? ―Yo sabía que Joonmyun solo quería zafarse de la tortura de los libros de inglés de una vez por todas aquel día con la propuesta que acababa de lanzar, pero lo dejé pasar porque estaba colada por él quería mantener mi inexistente fama de profesora benévola.

De cualquier modo, el rostro de Jongin se iluminó de nuevo ante la perspectiva de ver una película y poder de algún modo celebrar su victoria futbolística de aquella tarde. Sus manos, aún pequeñas, sujetaron bien el balón y la bolsa de deporte casi tan grande como él y plantó los pies en el suelo con determinación.

―Estaré aquí en un santiamén ―anunció decidido con sus finas cejas ligeramente fruncidas en pura (y absolutamente encantadora) concentración.

―No te preocupes, Jongin. Nosotros no tardaremos mucho en terminar. ―Mi tono sarcástico y la mueca de mis labios solo hicieron que Joonmyun soltara un ruidito indignado y que Jongin volviera a reírse por lo bajo antes de salir rápido por la puerta.

Fiel a su promesa, el chiquillo no tardó en volver.

Los fríos batidos de chocolate acompañaron a las magdalenas, las galletas y las risas que compartimos estrujados en el sofá del salón de Joonmyun. Ice Age nunca fue tan divertida como aquella tarde en la que en la que Jongin se convirtió en mi amigo.

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Antes de poder ser realmente consciente de ello, aquel niño dejó de ser un desconocido para mí. La continuidad con la que ambos visitábamos a Joonmyun nos hacía coincidir en innumerables ocasiones que poco a poco le hicieron abrirse y nos convirtieron en amigos cercanos. Para mi mayor sorpresa y sin darme apenas cuenta, me encontré tomándole un cariño que jamás hubiera pensado le tomaría aquel día que me lo encontré por primera vez bajo la brillante luz del sol.

Lo que antes eran brillantes sonrisas dedicadas solo a Joonmyun, progresivamente se transformaron en sonrisas para Joonmyun y para nuna. Y eso hacía feliz a una pequeñita parte de mí.

Jongin nunca utilizaba mi nombre, siempre me llamaba nuna, aunque con el paso del tiempo conseguí que dejara de hablarme formalmente. La palabra no era nada especial, mas el tono suave y a la vez emocionado con el que siempre lo pronunciaba al dirigirse a mí le daba un deje tierno que hacía que fuera yo la que se sentía especial.

Tal vez tardé demasiado tiempo en darme cuenta de que yo era diferente del resto de nunas para Jongin, de que yo era, de algún modo que aún no sospechaba, especial para él.

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El crío vivía con sus abuelos desde que era muy pequeño, ya que sus padres trabajaban en Daegu y sus hermanas mayores estaban estudiando en universidades de Gwangju y Busan, respectivamente. A pesar de querer al matrimonio de ancianos con todo su corazón, Jongin se sentía algo solo porque al llegar no tenía amigos en el colegio ni conocía a nadie de la zona. Como consecuencia, pasaba mucho tiempo en el parque sentado, solo, observando con anhelo mal contenido a los niños que allí jugaban y sin atreverse a acercarse a ellos.

Un día, Joonmyun le vio cuando regresaba a casa de estar con su amigo Luhan y decidió hablarle. Según me contó, fue la primera persona que mostró interés en él, la primera persona que dio el paso adelante y se relacionó con el niño nuevo del bloque. Cuando se despidió de Jongin aquel día junto a su puerta, el chico no podía parar de sonreír.

Al día siguiente, Joonmyun le había acompañado al parque y había ayudado a un tímido Jongin a conocer a los otros niños de su edad. Hasta la fecha, el crío y el pequeño grupito del parque siguen siendo amigos.

Jongin comenzó a tratar a Joonmyun como el hermano que nunca tuvo, el amigo que necesitaba desde hacía mucho tiempo, el apoyo que le mantenía. Tan a menudo como podía, subía al piso de arriba y pitaba en la puerta de Joonmyun, que alegre le dejaba pasar para ver una película o para jugar a Yu-Gi-Oh!, para merendar, para hacer los deberes, para hablar.

Joonmyun fue el mejor amigo de Jongin durante muchos años.

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Las clases particulares para Joonmyun se convirtieron paulatinamente en clases particulares para Jongin (cuyo fuerte tampoco era el inglés) cuando el nuevo curso comenzó y el campeonato de fútbol terminó.

Cada vez que tenía la oportunidad de hablar con él, me daba cuenta de que el cariño que le tomaba crecía más y más. Era un niño alegre, muy reservado cuando estaba entre desconocidos, mas al mismo tiempo guardaba una calma y serenidad que nunca dejaban de desconcertarme. Cuando estaba solo acostumbraba a sentarse tranquilo a pensar, a perderse en el vacío.

No parecía un niño que se comportara acorde a su edad, y esa fue la principal razón que me llevó a querer aprender más de él, a conocerle mejor.

Y efectivamente, con el tiempo aprendí que Jongin no sonreía mucho, pero que cuando lo hacía, su sonrisa era sincera y resplandeciente como el mismísimo sol, que sus risitas entre dientes eran escasas y uno de los momentos en los que más vulnerable y abierto se mostraba, que cuando se quedaba dormido se enroscaba el pelo de la coronilla con los dedos de forma inconsciente, que ―a diferencia de Joonmyun― comía en silencio, que tenía una colección envidiable de manga, que no soportaba el tacto de las virutas de lápiz pero que a pesar de ello dibujaba muy bien, que el fútbol era una de sus mayores pasiones, que en primavera aún iba al parque en busca de coloridos insectos con sus amigos Baekhyun y Zitao.

Muchas cosas aprendí en poco tiempo, y el chiquillo se adueñó de un hueco de mi corazón sin que yo me diera cuenta.

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Un día en el que pasito a pasito me acercaba a los dieciocho años, mi vida dio un vuelco inesperado cuando Joonmyun me pidió salir.

Yo no podía creer que aquello estuviera sucediendo, mas cuando superé la impresión inicial no tardé en responder afirmativamente a su petición.

Aunque no le dijimos nada, Jongin no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que algo entre Joonmyun y yo había cambiado.

Estábamos andando una tarde de camino al mercado de Gyeongdong para comprar unas especias que mi padre me había pedido cuando nos topamos de frente con Jongin de forma casi literal. El chiquillo salía de su portal a todo correr (la casa de Joonmyun no estaba muy lejos de la mía por aquel entonces) cuando estuvo a punto de darse de bruces con nosotros; estaba enfundado en su equipación de fútbol como era casi de esperar en él.

Cuando vio la mano de Joonmyun entrelazada con la mía no hizo ningún comentario, limitándose a saludar y a gritar por encima del hombro que llegaba tarde al entrenamiento una vez echó a correr de nuevo.

Sin embargo, la siguiente vez que vi a Joonmyun, un par de días más tarde, me comentó que Jongin le había preguntado que si «hyung y nuna eran novios» con las mejillas coloradas, y que si «hyung estaba enamorado de nuna». Yo tuve que reír al escuchar aquello, porque aunque ya tenía más que comprobado que Jongin era una de las personas más dulces que jamás hubiera conocido, siempre me sorprendía escucharlo de nuevo.

Algo de lo que no me di cuenta en aquel momento fue que Joonmyun nunca me dijo qué respondió a la última pregunta que Jongin le hizo.

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La misma impresión que un jarro de agua fría por la cabeza a primera hora de la mañana en pleno mes de enero fue la que me dejó ver llorar a Jongin por primera vez.

Tenía planeado visitar de nuevo a Joonmyun para estudiar aquel día porque los exámenes se acercaban, así que con poco ánimo y muchos libros me disponía a entrar en el portal de su bloque cuando advertí al chico sentado en los escalones de dentro. Tenía los antebrazos apoyados en sus flexionadas rodillas, brazos alargados y mustios frente a él. Uno de sus costados estaba apoyado de forma pesada en la pared de mármol claro y de aspecto helado que tenía a la derecha, y su cabeza gacha no me dejaba ver qué expresión tenía en el rostro. Hacía bastante frío, así que me apresuré a abandonar el ventoso exterior y me adentré en el rellano mientras me sacudía algo de nieve de encima.

―Hola, Jongin ―saludé con una sonrisa mientras dejaba que la pesada puerta se cerrara tras de mí con un sonoro golpe.

Cuando no obtuve respuesta de ningún tipo por su parte (ni siquiera uno de esos gruñidos que él solía soltar cuando estaba medio dormido) supe que algo iba mal. Algo en el ambiente, en el modo en el que sus hombros estaban más caídos de lo normal, en el silencio que parecía bañarlo todo con una capa de espeso barniz me decía que algo había sucedido; no tardé en averiguar que estaba en lo cierto. No obstante, no fue hasta que con paso preocupado me acerqué a él y me senté a su lado en el escalón que me di cuenta de que sus manos estaban temblando.

Hacía días que los partes meteorológicos aconsejaban llevar mucha ropa de abrigo encima, ya que los casi veinte grados bajo cero y la copiosa nieve que azotaba la ciudad comenzaban a ser bastante peligrosos; sin embargo, y para mi más absoluto horror, Jongin no llevaba puesta ni la mitad de abrigo que debería llevar y se limitaba a estar allí sentado con un simple pantalón de chándal y una sudadera ancha ―probablemente de Joonmyun.

―Jongin… ―llamé inclinándome ligeramente hacia el chiquillo―. Ey, Jongin, ¿qué pasa? ¿Estás bien? ¿Por qué estás aquí abajo y no en casa, calentito? ―Mi voz sonaba ciertamente demasiado aguda. Probablemente se debía a la preocupación que creo que pretendía comerme por dentro y que en aquel preciso instante me escalaba amarga por la garganta.

El mármol de las paredes hacía retumbar mis palabras y les daban un aspecto tétrico que incluso hoy en día hace que se me ponga el vello de la nuca de punta. El interior del portal era un enorme congelador natural, cosa que no ayudaba a que el chiquillo dejara de temblar.

―¿Qué ocurre, Jongin? ―volví a insistir acercándome más a él.

Su gesto quedaba oculto en gran parte por una mata de pelo oscuro que aún no se había cortado pero que no me impidió ver cómo una gota salada le resbaló veloz por la curva de la nariz un segundo antes de que el cuerpo se le sacudiera con súbita violencia. Estaba llorando.

―Jongin… ―Sin poder evitarlo se me hizo un nudo en el estómago al verle tiritar de aquel modo.

Por instinto, una de mis manos se alzó cautelosa hasta apoyarse suavemente en el arco que formaba su columna; Jongin se mordió el labio inferior, que le temblaba. No estoy muy segura de ello, mas tengo la impresión de que aquel pequeño contacto fue lo que le hizo estallar.

―Nuna… ―Lentamente levantó la cabeza para mostrarme un rostro surcado por lágrimas desconsoladas―. Nuna… ―volvió a repetir con voz tomada, y por fin me miró a los ojos, sollozando.

Yo me quedé sin palabras ante el abismo de tristeza y desesperación que allí me encontré.

―Nuna, mi abuela… Mi abuela…

Cuando no fue capaz de terminar la frase y sus sollozos se hicieron más fuertes y descontrolados pude casi adivinar lo que había sucedido, aunque sus ojos rápidamente me contaron el resto en cuanto le miré de nuevo.

―Nuna… ―Por aquel entonces, Jongin solo tenía ya un hilo de voz.

―Ay, Jongin, cielo… ―Las lágrimas se agolparon en mis ojos también y una vez comprendí la situación mis temblorosos brazos no tardaron un segundo en rodearle.

El joven de trece años que en aquel momento se lanzó a mi pecho fue entonces y sigue siendo una de las personas más rotas que yo jamás haya visto y me sentí devastadoramente estrujada por dentro al saber que no había nada que yo pudiera hacer para ayudarle. Jongin siempre había estado muy unido a su abuela, y después de semejante pérdida tardaría bastante tiempo en recuperarse un poco y volver a vivir el día a día con una cierta normalidad.

El corazón se me rompió cuando pareció dejarse ir por fin y empezó a sollozar con fuerza, a llorar abiertamente; sus brazos me rodearon y sus puños se llenaron del mullido tejido de mi abrigo al cerrarse con fuerza, ansiosos, casi necesitados. Como si en ese momento yo fuera el único salvavidas que tenía y su existencia dependiera de cuán fuerte se sujetara a mí. Yo le acerqué con cuidado hasta que de algún modo quedó sentado entre mis piernas y le estreché acto seguido contra mi cuerpo como si de ese modo pudiera aliviar mínimamente su dolor.

Con manos inestables me quité la bufanda y se la pasé por el cuello; el crío estaba helado. Mi abrigo se abrió un instante después para dejarle entrar conmigo y apretarle contra mi cuerpo para darle calor y mis guantes, aunque algo pequeños para él ya por aquel entonces, ayudaron a que sus dedos casi blancos del frío recuperaran algo de color.

Jongin comenzó a hipar descontroladamente entonces y escondió la cara en el hueco de mi hombro. «Nuna» era lo único que repetía una y otra vez.

A mí no me importó que su nariz fría me tocara la tierna piel del cuello y me pusiera la piel de gallina, ya que hacer que entrara en calor y se sintiera mejor era lo único que yo tenía en mente en aquel instante.

―Ya, Jongin, ya está. ―Traté de calmarle un poco aunque yo misma estuviera llorando lágrimas silenciosas sobre su oscuro pelo mientras le mecía―. Tranquilo, no pasa nada…

No recuerdo cuánto tiempo estuve abrazada a él, pero lo que sí sé es que para cuando quise darme cuenta el sol se había ido, yo había dejando plantado a Joonmyun y Jongin se había quedado dormido entre mis brazos, dentro de mi abrigo.

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Los días se convirtieron en semanas, en meses y, finalmente, en años.

El tiempo pasó inexorablemente y de repente me di cuenta de que Jongin ya no era un niño.

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Con tal vez demasiada rapidez me encontré en la mañana en la que tanto Joonmyun como yo recibimos los resultados de los exámenes de acceso a la universidad, exámenes que ambos aprobamos y que nos brindaron una plaza en la universidad que queríamos, que resultaba ser la misma.

Nosotros crecíamos y cada vez estábamos más ocupados con la universidad y con nosotros mismos, cada vez teníamos menos tiempo de pasar por casa y volver a ser niños. Siempre estábamos demasiado enfrascados en exámenes y trabajos, y en sábanas revueltas y húmedas en los brazos del otro en cuanto teníamos ocasión. Joonmyun y yo ya llevábamos más de dos años juntos por aquel entonces.

Jongin también crecía y comenzaba a prepararse para su futuro a pesar de que no tenía muy claro quién era ni qué quería y que lo único que sabía era que adoraba jugar al fútbol. Sus llamadas por teléfono en épocas en las que los exámenes le desbordaban eran frecuentes, y yo no podía evitar sonreír cada vez que veía su foto de contacto ―un día se había quedado dormido en la cama de Joonmyun mientras leía un manga sobre béisbol y no pude evitar hacerle una foto, mano enroscada en el pelo incluida― aparecer en la pantalla de mi móvil cada vez que la ocasión se presentaba y el ya no tan niño Jongin marcaba mi número.

Y no solo en edad, Jongin también creció físicamente a una velocidad pasmosa. No tardó demasiado tiempo en superar la altura de Joonmyun y la de su propio padre según tengo entendido; no mucho después de los dieciséis años era él quien me estrechaba contra su pecho en las raras ocasiones en las que nos abrazábamos. Sus manos se volvieron grandes, pero no desgarbadas, su piel se oscureció aún más, probablemente debido al gran número de horas que pasaba jugando al fútbol al aire libre, y sus facciones se afinaron y perdieron un poco de la redondez propia de los niños, aunque para mí seguía siendo el mismo crío que me encontré bajo el sol dorado cuatro años atrás.

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Y llegó el día en el que fue a mí a quien le tocó llorar delante de Jongin.

No lo había pretendido, pero las circunstancias así lo quisieron; el chico me encontró antes de que me diera tiempo a esconderme. Todo lo que necesitó fue un par de miradas significativas para que las palabras fluyeran de mis labios como agua fresca de un manantial. Como veneno de una herida.

Allí sentada sobre el muro de piedra del patio trasero de la guardería que había cerca de mi casa estuve hablando durante horas. Se lo conté todo: cómo había notado raro a Joonmyun desde hacía tiempo, cómo él solo me llamaba cuando vernos desembocaba en contacto físico, cómo no había querido acompañarme al cumpleaños de mi amigo Jongdae y me había dejado plantada en la parada del autobús en el último momento, cómo se enfadaba por cualquier cosa, cómo le esperaba todos los días para almorzar juntos en la cafetería como siempre y él llevaba semanas sin aparecer con la excusa de que estaba muy ocupado, cómo los fines de semana los pasaba prácticamente sola porque él tenía otros compromisos, cómo últimamente sus ojos parecían mirarme pero no verme, cómo lo único que veía eran fotos suyas y no al Joonmyun real, cómo ni siquiera intentó planear nada conmigo para el día de mi veintiún cumpleaños.

Mi cumpleaños.

Yo misma había decidido celebrarlo yendo a beber algo a un barecito de Sangsu con algunos amigos de clase y con Joonmyun, pero como ya iba siendo costumbre, este se disculpó con una sonrisa que ya incluso yo comenzaba a ver demasiado falsa y se marchó rápido al terminar las clases aquel viernes alegando apresuradamente que tenía algo muy importante que hacer y que lo sentía.

Resignada pero decidida me fui a mi habitación, me preparé y me dispuse a pasar una noche divertida a pesar de que mi novio no pudiera estar conmigo para celebrarla.

La velada comenzó bastante bien, ya que mis amigos me levantaron el ánimo con sus canciones de cumpleaños, sus regalitos, sus chistes y juegos insistentes para «emborrachar cuanto antes a la cumpleañera», y casi me olvidé de la mala racha que llevaba con Joonmyun gracias a ellos. Digo casi porque justo cuando me ponía de pie dispuesta a cumplir un castigo por haber perdido un juego (tenía que cantar el abecedario y gesticularlo al mismo tiempo), el mismísimo Joonmyun apareció en el bar de la mano de otra chica dando trompicones. Lucían bastante borrachos.

Él pareció no darse cuenta de mi presencia, ni de la atmósfera rara que se había establecido repentinamente en la zona en la que nos encontrábamos mis amigos y yo, ya que ellos también le habían visto, ni tampoco pareció ser consciente de que más de media docena de personas le miraban desde nuestro rincón con ojos como platos cuando se sentó en una mesa junto a la chica y sin pensárselo un segundo se inclinó hacia ella y la besó con necesidad.

Yo observé atónita la escena aún de pie junto a nuestra mesa; todo parecía una gran broma, algo que estaba soñando y que de seguro no podía ser real, pero los labios de Joonmyun insistentes sobre los de la chica y sus manos desaparecidas bajo al filo de la mesa me contaron la parte de la historia que hasta el momento desconocía.

Fue entonces cuando las piezas del puzzle encajaron a la perfección y lo comprendí todo. Al mismo tiempo, el puzzle estalló en pedazos y solo dejó atrás un negro panorama dentro de mi cabeza.

Cuando recobré un poco la compostura y pude volver a respirar con cierta normalidad, me dirigí con paso lento hacia la pareja a pesar de las advertencias llenas de lástima de mis amigos y con delicadeza llamé la atención de Joonmyun dándole un par de toquecitos en el hombro. Su primera reacción fue enfadarse con quien estuviera tratando de interrumpirle la diversión, puesto que se giró bruscamente para darme un sonoro guantazo en el antebrazo mientras soltaba una colorida ristra de improperios ―la otra mano seguía bajo la falda de la chica, ya podía verla perfectamente.

Y justo un segundo después, se dio cuenta de que era yo. Su cara perdió el color instantáneamente y abrió los ojos como si la mismísima muerte estuviera frente a él, pero no dijo nada. Parpadeaba con rapidez, probablemente intentando hacerme desaparecer de aquel modo, y no fue hasta que cambió de postura en el asiento incómodo por mi mirada sobre él que me digné a hablar.

―Me lo podrías haber dicho ―murmuré, el golpe me escocía en el brazo―. Podrías haberme dicho que ya no querías nada conmigo y me hubieras ahorrado la preocupación que he estado soportando durante todo este…

―Pues no, no quiero nada contigo ―me cortó él; su voz sonaba muy grave, tal y como sonaba cuando tenía demasiado alcohol en la sangre―. ¿Cómo iba yo a querer nada contigo? O cualquiera, ya que estamos, ¿cómo iba a querer nadie estar contigo?

Yo le miré consternada: no podía estar diciéndome aquello. Sus palabras arrastradas siguieron fluyendo, no obstante.

―Ni siquiera sé por qué te pedí salir para empezar. ―Levantó una ceja con obvia dificultad―. Probablemente porque estabas coladita por mí. Eras una presa muy fácil y sabía que acabarías abriéndote de piernas tarde o temprano. Tardaste mucho en abrirlas, si te soy sincero.

―Joonmyun…

―Y la verdad. ―Se encogió de hombros resuelto―. ¿Para qué conformarme contigo con lo poca cosa que eres cuando puedo tirarme a cualquiera cuando me apetezca? Después de tantos años te tengo muy vista ya, nena.

Si aquello era una broma deseé con todas mis fuerzas que terminara en aquel momento, porque no era graciosa en absoluto. Sentí mi interior darse la vuelta a toda velocidad y todo el contenido de mi estómago amenazó con escaparse de mi cuerpo, mas con esfuerzo lo impedí para poder salir del bar con piernas temblorosas en cuanto me di cuenta de que no, aquello no era ninguna broma. Mis amigos me siguieron (no sin antes lanzar miradas asesinas hacia Joonmyun) y sus intentos por hacerme sentir bien mientras nos marchábamos del lugar no pudieron ahogar las últimas palabras que me dirigió Joonmyun.

Después de todo lo que me había dicho tuvo la cara dura de dedicarme con una risita un socarrón: «Feliz cumpleaños».

Sin medir las consecuencias de lo que estaba diciendo solté delante de Jongin todo lo que había estado guardando durante todas aquellas horas en las que solo había andado por la calle sin rumbo. No había dormido tras encontrarme con Joonmyun en el bar y me había escapado del dormitorio de madrugada porque sentía que las paredes de la habitación se me echaban encima; el cansancio finalmente me había sentado en aquel muro y Jongin me había encontrado.

Lloré mucho, aunque no recuerdo todo lo que sucedió, y sin saber muy bien cómo, el Jongin de diecisiete años se las arregló para recoger los trocitos de mí esparcidos por doquier a pesar de que no tenía por qué hacerlo.

Pensándolo fríamente, era yo quien estaba hablando mal de su mejor amigo, así que su reacción podía haber sido muy distinta. Sin embargo, su brazo me rodeó los hombros y me urgió a reclinarme contra su costado, resguardándome con una calidez que me hizo sentir bien por un instante. No me soltó hasta que no paré de hablar, hasta que me quedé sin lágrimas y sin voz, e incluso entonces se bajó del muro de piedra para ponerse frente a mí y abrazarme con fuerza.

―Todo irá bien, nuna. ―Fue todo lo que dijo con sus manos en mi pelo mientras yo me sujetaba a él como si la vida me fuera en ello. Parecía creerme, parecía pensar de corazón que todo lo que yo le había dicho era cierto, y parecía también horrorizado y apenado al verme así.

Fue por eso que no me soltó, creo. Aquella tarde, Jongin me llevó de vuelta al dormitorio de la mano aunque estuviera demasiado lejos y, tal y como si fuera una niña pequeña, me hizo prometer que sería buena, que comería bien y que le llamaría si necesitaba algo. El pecho pareció vaciárseme un poco del frío que lo helaba para ser reemplazado por la pequeña llamita que representaba Jongin.

Desde aquel día ninguno de los dos volvió a hablar con Joonmyun.

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Como una ola de responsabilidad que casi me ahoga llegó el nuevo semestre, el último semestre para mí, y la foto en la que salíamos sonrientes Joonmyun, Jongin y yo en la playa se convirtió con un decidido tirón en la foto en la que salíamos sonrientes Jongin y yo.

El sonido de páginas de libros llenos de líneas con letra demasiado pequeña, bolígrafos escribiendo furiosos sobre papel blanco, desordenados apuntes, suspiros frustrados y nervios mal contenidos, la alarma que siempre sonaba demasiado temprano y el ruido de un número nada saludable de latas de bebida energética fue la frenética banda sonora del semestre de mi graduación.

Jongin y sus llamadas telefónicas lo mejoraban todo. La presencia de Joonmyun en más de la mitad de mis clases lo volvía a empeorar, y el estrés no me ayudaba a superar el bache ni la carrera de obstáculos a contrarreloj en la que se convertía mi vida a velocidad vertiginosa.

Siempre andaba corriendo de un lado a otro: de clase a la biblioteca, a la tiendecita que estaba junto al edificio del centro de idiomas para comprar un sándwich cuando Jongin me llamaba para recordarme que tenía que comer, a la copistería, a los despachos de los profesores, al dormitorio.

A pesar de todo, de vez en cuando había momentos de paz, momentos en los que Jongin aparecía para poner freno a la vorágine de acontecimientos que me rodeaban. Venía a visitarme cada ciertas semanas y juntos íbamos a alguna cafetería a estudiar; yo no tenía tiempo para entretenerme demasiado, pero era un cambio agradable ver una cara fresca y familiar, una presencia no hostil y cálida y que me tendía una mano y una taza de chocolate caliente con canela cuando el brazo me dolía de tanto escribir.

La rasgada foto pegada precariamente a la pared frente a mi escritorio me recibía todos los días con una sonrisa. Jongin me recibía todos los días con una sonrisa, y el nudo que siempre tenía en el pecho parecía aflojarse sutilmente.

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―Mi abuelo se muda a Daegu con mis padres la semana que viene, nuna.

Aquello fue lo que me dijo una tarde Jongin. Una de las tardes de sábado en las que me estaba visitando tras salir apresuradamente de la academia para coger el autobús que le traía hasta mi dormitorio. Tenía la cabeza gacha como siempre ―como si estuviera disculpándose con el universo continuamente―, y el aire helado de principios de diciembre amenazaba con cortarnos la piel que no teníamos cubierta por las pesadas ropas de abrigo; estábamos sentados el uno junto al otro, manos enfundadas en guantes dentro de bolsillos que no ayudaban demasiado a mantener el calor, en uno de los bancos de la parte trasera de la universidad.

La noticia me sentó como un golpe en la cara, porque Jongin siempre había vivido con su abuelo, incluso cuando su abuela murió, y para mí aquello solo podía significar una cosa: él también se mudaba. No más Jongin, no más visitas, no más momentos de paz.

―¿Tú también…? ―La voz me tembló ligeramente al intentar preguntar, aunque no fui capaz de terminar la frase y traté de achacárselo al frío.

―Mi hermana… ―comentó con tono neutro, aún mirando hacia el frente, hacia la floristería que había al otro lado de la calle―. Mi hermana lleva viviendo aquí, en Seúl, desde que terminó sus prácticas en el hospital hace un par de meses.

Se quedó callado. Yo le miré expectante y me giré en el banco para observarle atenta, rezando para que de algún modo la solución a mi repentina desesperación se encontrara en el resto de la información que Jongin iba a (o debía) darme. Él tomó aire y lo soltó en una gran nube de vapor blanco hacia el cielo gris.

―No queda mucho para mis exámenes de acceso a la universidad, así que cambiarme de instituto a estas alturas sería básicamente firmar mi sentencia al suspenso ―siguió explicando aún sin mirarme―. Me ha dicho que puedo quedarme con ella mientras tanto.

Esta vez fui yo la que se quedó callada. ¿Qué estaba sucediendo?

Un segundo después lo comprendí: Jongin se quedaba.

A pesar de mi alegría por aquella buena noticia, el chico no se libró de un buen surtido de puñetazos en el hombro por hacerme sufrir de aquel modo. Sus irresistibles pucheros quejándose de que «nuna le pegaba porque no le quería» quedaron correctamente archivados en mi memoria.

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No entendía por qué a pesar de conocerle desde hacía tantos años y saber de su pasión por el fútbol, nunca había ido a ver ninguno de los partidos de Jongin.

Hacía demasiado frío como para estar sentada en unas gradas de piedra que me calaban los huesos tras atravesar cruelmente toda mi ropa de abrigo, pero al mismo tiempo la atmósfera helada era refrescante, me despejaba y me mantenía la cabeza alejada de otros pensamientos. De Joonmyun.

El partido había estado a punto de suspenderse porque la nieve de la noche anterior se había transformado rápidamente en hielo y hacía del campo un terreno demasiado resbaladizo y peligroso para que un puñado de adolescentes jugara sobre él. Contra todo pronóstico, los mismos chicos se habían empeñado en apartar el hielo durante toda la mañana y antes de la hora prevista para que comenzara el juego, el césped mustio era visible y seguro una vez más.

Jongin había venido a buscarme al dormitorio desde casa de su hermana y juntos habíamos llegado al campo de tamaño mediano en el que se disputaría el partido. Aquella tarde, el equipo de Jongin jugaría contra el instituto Kyunghee. Recordaba aquel nombre de cuando conocí al Jongin que aún estaba en primaria y tenía una equipación demasiado grande para su esmirriado cuerpo. Unos años después, el color azul marino le sentaba mejor que nunca y la ropa parecía hecha especialmente para él.

La grada estaba prácticamente vacía aún, ya que solo los jugadores habían llegado para calentar antes del partido tras tomarse un descanso al terminar de quitar el hielo del césped. Yo me senté allí a mirar cómo a mi lado Jongin se ajustaba las botas con dedos expertos, dedos que demostraban que sabían lo que hacían y que no estaba nervioso por la afrenta que se le avecinaba. Una vez terminó, se irguió una vez más y se acercó a mí un poco hasta que nuestras piernas se tocaron; esa ropa tan ligera con el frío que hacía debía estar dejándole helado, tal y como demostraban el vello de punta de sus muslos y su figura encogida y temblorosa.

―Ponte el chaquetón mientras, idiota… Te vas a resfriar ―regañé de broma, pero él hizo el mismo puchero de siempre cuando a regañadientes me obedeció y se enfundó en su chaqueta de horrible color amarillo.

Suspiré de nuevo y miré al campo donde el resto de adolescentes ya comenzaban a pasarse balones de forma perezosa, como si en realidad estar allí fuera lo último que quisieran hacer aquel día. Mi vista se perdió entonces en la hierba triste y dejé de oír las quejas de uno de los críos porque alguien le había cogido la rodillera sin permiso y la necesitaba al sumergirme en lo que para mí ya venía siendo algo rutinario. Una especie de niebla plomiza tomó el control de mi cabeza y me apreté el chaquetón contra el cuerpo de forma protectora cuando comencé a sentir un vacío enorme darme zarpazos despiadados en el pecho. La soledad que trataba de tragarme me golpeó en la parte trasera de los ojos y me empañó la mirada sin saber muy bien por qué; no estaba pensando en nada en concreto en realidad.

Hacía tiempo que me sentía así, sola, derrotada, gris. Tal vez pensar que todo lo que Joonmyun me había dicho aquel día era cierto no ayudaba. Tal vez había estado viviendo una mentira muchos años. Tal vez estaba demasiado cansada de todo y no quería sentirme sola y abandonada a mi suerte en el frío invierno.

Entonces una calidez familiar se hizo presente en mi mejilla derecha y cuando volví a enfocar la vista pude ver que Jongin me estaba limpiando la cara porque una lágrima rebelde se me había escapado.

―¿Estás bien, nuna? ―me preguntó; notaba su voz preocupada justo frente a mi rostro.

―Sí, sí, no te preocupes. ―Sacudí la cabeza con velocidad, sorbiendo por la nariz y temblando una vez el frío ambiente reemplazó la calidez de las manos de Jongin en mis mejillas―. Hace mucho frío hoy ―añadí encogiéndome sobre mí misma con un puchero.

Jongin rio entre dientes y antes de que pudiera intentar oponerme siquiera me estaba levantando del codo y me llevaba al terreno de juego. Yo intenté protestar, pero con un dedo en los labios me mandó a callar y sonrió cuando uno de sus compañeros le pasó un balón.

―Vamos a ver si entras en calor, nuna.

A pesar de que aquello lo exclamó desde la banda contraria a la que yo me encontraba pude ver sin mucha dificultad cómo levantaba las cejas en un gesto absolutamente ridículo. Acto seguido procedió a darle una fuerte patada al balón para mandarlo en mi dirección; yo, en un inteligente gesto, me agaché hasta quedar en cuclillas en el suelo para que dicho balón no me golpeara la cabeza, cosa que provocó que aquellos que nos observaban soltaran unas buenas carcajadas.

Ignoré las risitas de aquel puñado de adolescentes y recogí el balón, que descansaba a unos metros de las gradas de piedra, y lo observé con gesto curioso: no podía ser tan difícil manejarlo. Decidida, lo planté en el suelo y le di la patada más fuerte que pude a pesar de que mis músculos tensos por el frío no querían colaborar. Aunque un poco desviado de la trayectoria que yo había pretendido imprimirle, llegó a la banda en la que Jongin se encontraba con un golpe seco y salté en mi sitio, contenta por haber hecho algo bien desde hacía lo que parecían años.

―¡Nada mal! ―gritó Jongin emocionado levantando uno de sus brazos, pulgar arriba.

Con gesto tímido imité su sonrisa y me encogí de hombros, porque la verdad era que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. De cualquier modo parecía sentarme bien jugar con él porque entre pases descontrolados, desastrosas pataditas y lanzamientos a portería sin puntería alguna se pasó el tiempo de calentamiento y llegó el momento de la verdad. Cuando me giré y vi que las gradas estaban mucho más llenas que antes me sorprendí, mas de igual modo dejé que Jongin me guiara hacia ellas de nuevo y me sentara junto a su bolsa de deporte justo antes de entregarme su chaquetón y convertirme automática y literalmente en «guardiana» de la hortera prenda.

El tiempo pareció transcurrir a cámara rápida, puesto que en un segundo estaba frunciéndole el ceño a aquella cosa que Jongin llamaba chaquetón y al siguiente el silbato del árbitro había dado comienzo al partido.

Y en ese momento descubrí a un Jongin que jamás había conocido. Los tensos y fuertes músculos de sus piernas le llevaban de un lado a otro del terreno de juego en frenéticas carreras, su voz se oía por todo el campo dando órdenes a los otros delanteros y quejándose cuando Zitao no le hacía buenos pases, su pelo oscuro al viento parecía volar como un halo salvaje alrededor de su cabeza. El Jongin que podía observar correr veloz sobre aquel marchito césped era un Jongin más vivo que nunca, ojos llenos de brillo y expresión, un Jongin decidido, incluso poderoso.

Entonces comprendí por qué le apasionaba tanto jugar al fútbol. Jamás le había visto disfrutar tanto al hacer una cosa y su energía se me contagió hasta el punto de no poder evitar sonreír de forma totalmente genuina por primera vez en mucho tiempo cuando sus ojos me buscaron en la primera fila, justo en el sitio en el que me había dejado antes.

Definitivamente volvería a verle jugar tan pronto como me fuera posible.

Jongin no se opuso a ello, o al menos eso me dio a entender cuando me pasó una mano por los hombros y me estrechó contra sí un segundo mientras decía algo que sonó a «nuna es a partir de ahora nuestro amuleto de la suerte».

Lo que Jongin parecía no saber es que hacía tiempo que era él quien se había convertido en mi amuleto de la suerte.

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Jongin fue a verme el día de mi graduación.

Pude verle allí de pie al fondo bajo la luz del cálido sol, apartado de todo y todos, como si no quisiera molestar con su presencia. Sonreía como si jamás hubiera estado más feliz, pero al mismo tiempo como si jamás hubiera estado más triste.

Cuando conseguí acercarme a él tras hacerme paso entre la marea de gente que me rodeaba, me estrechó en un abrazo fuerte y firme que jamás me hubiera esperado de parte de aquel chaval de diecisiete años, pero que rápidamente devolví con entusiasmo.

―Enhorabuena, nuna ―me murmuró al oído; la sonrisa era evidente en sus labios.

―Muchas gracias, Jongin ―respondí también con una sonrisa enorme.

Justo en aquel momento, él se quedó rígido y se apartó de mí mirando muy serio hacia algún punto a mi espalda. Cuando me di la vuelta para ver de qué se trataba, me encontré a Joonmyun a escasos metros de donde estábamos observando la escena con ambas manos enterradas en los bolsillos de sus pantalones de pinza. Tenía la túnica de graduación sin abrochar. Jongin entonces me dio una rápida palmadita en el codo y aún mirando al frente se acercó a Joonmyun, le tendió una mano tensa y le dijo un par de palabras que no pude oír antes de darse la vuelta y volver donde yo estaba.

No sé cuánto tiempo pasó desde que desconecté del mundo al ver a Joonmyun hasta que volví en mí, mas cuando lo hice ya no estábamos en el mismo sitio. Jongin nos había llevado a la zona oeste del campus, donde un serpenteante y estrecho caminito rodeado de árboles configuraba un pequeño parque en medio de la universidad. Allí me había sentado en un banco y esperaba que mi rostro lívido recuperara el color una vez más.

―¿Estás bien, nuna? ―Su ceño fruncido era tan pronunciado que las puntas de sus cejas casi se tocaban.

―Me… me voy ―respondí yo.

Un segundo de silencio, los pájaros piaron contentos bajo el sol centelleante.

―¿Cómo?

―Me han… Me han ofrecido hacer prácticas fuera, de interina en una empresa en el extranjero durante tres años, y creo… Creo que voy a aceptar la propuesta.

―¿Cómo…? ¿Cuándo…? ―Jongin no sabía cómo reaccionar. Me miraba atónito; sus ojos grandes y brillantes eran como sendos platos de cristal.

―No puedo… No soporto más ver a Joonmyun, estar cerca de él. ―Me mordí los labios intentando calmarme, pero encontrarme de frente al culpable de mis pesadillas aquel día no me había hecho ningún bien―. Ya sé que hemos terminado el curso y que si tengo suerte no me lo encontraré nunca más, pero necesito alejarle todo lo posible porque creo que me volveré loca si no lo hago. ―Miré a Jongin, ya con lágrimas en los ojos―. Necesito aire… Tengo la sensación de que me estoy ahogando aquí sola en un mar de circunstancias que intenta arrastrarme al fondo para que… para que no salga más.

―Nuna… Nuna, yo…

―No quiero irme ―corté a Jongin con suavidad; sorbí por la nariz cuando las primeras lágrimas me rodaron calientes por las mejillas―. No quiero irme pero al mismo tiempo no hay otra cosa que quiera más en este mundo que largarme de aquí. Es algo que me duele mucho porque… ―Un suspiro largo y tembloroso abandonó apesadumbrado mis labios―. Jongin, tengo tan pocas cosas que me aten aquí que es hasta triste.

Él abrió los ojos aún más, y en ese momento pude ver sin duda el dolor que en ellos se reflejó provocado por mis palabras. Tragó saliva al mismo tiempo que yo sollozaba tímidamente mirando al frente una vez más. La tela de mi túnica de graduación hizo mucho ruido cuando levanté los pies del suelo y los apoyé en el banco para justo después doblar las rodillas y descansar el rostro en ellas mientras lloraba en silencio.

―¿Y yo no…?

«¿Y yo no te ato aquí?», quedó muerto en sus labios. Casi pude escucharlo a pesar de que nunca terminó de pronunciar la frase. El nudo que por aquel entonces yo ya tenía en la garganta se me apretó más y amenazó con ahogarme, mas sin mucho esfuerzo estiré uno de mis brazos hasta que mis dedos alcanzaron la mano de Jongin y la estreché entre ellos débilmente.

―Tú eres una de los pocos motivos por los que irme me duele como si me arrancaran la piel.

Tras un instante en el que su inseguridad era prácticamente palpable en el ambiente, la mano que yo sujetaba se giró y entrelazó nuestros dedos con sumo cuidado antes de darme un sutil apretón de reconciliación.

―Volveré pronto, ¿vale? ―murmuré con voz temblorosa; mi dedo pulgar acariciaba la muñeca de Jongin con inconscientes movimientos―. Prométeme que te portarás bien y que estudiarás mucho; los exámenes son ya mismo y tienes que entrar en la Seoul National como me dijiste que harías. Tienes que hacer que te tenga envidia, ¿eh?

Sentí entonces un tirón del brazo que me mandó directa al regazo de Jongin, que por segunda vez aquel día me estrechó con fuerza durante un segundo antes de soltarme y mirarme con ojos llenos de decisión.

―Tranquila, nuna, lo tengo todo controlado ―afirmó apretando los labios en una fina línea.

Yo reí ante su gesto, ya que a pesar de ser una cabeza más alto que yo y no ser un niño pequeño desde hacía varios años ya, Jongin seguía siendo adorable.

―Te voy a echar de menos. ―Sonreí triste dando ligeras palmadas a su muslo izquierdo―. Mucho.

Él levantó las cejas un instante para acto seguido sacarme la lengua infantilmente en un gesto que interpreté como su modo de decirme yo también te voy a echar de menos, nuna. Intentó revolverme el pelo, aunque rápidamente me deshice de su agarre y me levanté del banco con lágrimas aún resbalándome por las mejillas y el corazón encogido dentro del pecho, pero mucho más relajada que un momento antes.

―Nuna, no deberías estar llorando hoy. Es el día de tu graduación ―soltó resuelto estirando los brazos sobre su cabeza y bostezando. Un chillido estridente se le escapó cuando una abeja se chocó contra su mejilla y le asustó, casi haciéndole caerse del banco.

Acto seguido e ignorando mis risitas, Jongin se levantó también con el orgullo algo dañado y, antes de que pudiera darme tiempo a reaccionar, las palmas de sus grandes manos se restregaron contra mi cara de forma desordenada en un burdo intento por secarme las lágrimas. La intención fue buena, mas en lugar de borrar los húmedos surcos que mojaban mi humor y alegría lo único que hizo fue dejar hecho un desastre de forma bastante efectiva el maquillaje que me había aplicado aquella mañana con motivo de la especial ocasión.

Lancé un grito ahogado separándome de él lo más rápido que pude, que no fue demasiado rápido de hecho, ya que el maquillaje ya estaba fatídicamente refregado por todo mi rostro, haciéndome parecer un oso panda con un mal día. Allí me quedé de pie unos segundos silenciosos, enfundada en la túnica de fibra que me estaba haciendo sudar de lo lindo, los ojos de seguro rojos de llorar y la cara como un payaso. Intenté sentirme ultrajada, enfadarme con Jongin, mas al escucharle prorrumpir en carcajadas ante mi aspecto de modo tan inocente no pude evitar dejarme llevar y limitarme a limpiarme los restos del naufragio con las mangas de la túnica.

Una vez terminé volvimos a andar hacia el centro del campus para que yo me reuniera con mis compañeros de clase una vez más. Por el camino, Jongin me cogió de la mano dubitativo, como si pensara que yo iba a darle un tirón y apartarme, aunque le vi sonreír para sí mismo cuando me recliné sobre su brazo y mi pulgar volvió a trazar pequeños círculos en la piel su muñeca. Ambos mirábamos al frente, caminábamos en silencio.

―Muchas gracias por todo, Jongin, por siempre ―musité contra su hombro al final del camino―. Gracias.

Él no dijo nada, pero el aumento de la presión apenas perceptible en mis dedos fue toda la respuesta que necesité.

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Fui a buscar a Jongin el mismo día que mi avión aterrizó en el asfalto del aeropuerto y me trajo de nuevo a casa. Algo me decía que tenía que hacerlo; una especie de incesante picor bajo la piel me impedía estarme quieta y relajarme en mi apartamento sabiendo que le podría encontrar fácilmente si me acercaba a la universidad en la que sabía que estudiaba. Necesitaba verle otra vez.

Fue así como me encontré contando los minutos que faltaban para que el tren llegara a la estación del metro, más tarde, las paradas que me quedaban para bajarme y, por último, los pasos que me separaban de él.

Había pasado mucho tiempo.

No fue muy complicado encontrarle, para ser sincera. Su risa siempre había sido un tanto peculiar y estridente y justo en el mismo instante en el que entraba por las grandes e imponentes puertas del campus, oí una idéntica a la que recordaba haber escuchado años atrás. Sobresaltada ante la coincidencia, giré la cabeza y vislumbré en la distancia a un grupo de chicos que supuse eran de la edad aproximada de Jongin; estaban sentados al otro lado de lo que parecía una cancha de baloncesto a la entrada del campus, sobre las escaleras que daban a la entrada de la gran biblioteca.

Y si mi memoria no me fallaba (y no, estaba más que segura de que no me fallaba), aquel que daba ridículas palmadas mientras reía de forma igualmente ridícula y estruendosa era Jongin, pelo rubio despeinado incluido.

Esquivé con una sonrisa de disculpa a los muchachos que jugaban al baloncesto en la cancha cuando crucé con paso apresurado, aunque sigo sin comprender por qué se me quedaron mirando mudos. Una vez llegué sana y salva en su mayor parte al otro lado del verde asfalto, me dirigí a mi destino con los nervios palpitándome en las sienes y estrujándome el estómago como hacía mucho tiempo que no me pasaba.

Un par de chicos del grupo se percataron de que yo estaba allí, aunque aparte de fruncir ligeramente el ceño curiosos ante mi inusitada presencia no mencionaron nada. Alguien volvió a comentar algo gracioso, porque todos empezaron a reír de nuevo y yo me sentí tan nerviosa que temí marearme y caerme al suelo. Sin embargo, algo en mi cabeza reunió valor y me hizo hablar antes de que pudiera medir mis palabras.

―Tu risa sigue siendo igual de absurda que siempre, Jongin.

Las carcajadas que sacudían al grupo poco a poco se desvanecieron, aunque prácticamente no presté atención a ello desde el momento en el que vi cómo se tensaba la espalda de Jongin al reconocer mi voz. Le observé darse la vuelta con lentitud pasmosa y tuve la sensación de que una eternidad me había pasado por delante de los ojos para cuando al fin le tuve de frente una vez más; él me miraba con gesto neutro, sin expresión. Casi como si no quisiera creerse que yo estaba allí.

―¿Nuna? ―La palabra que dejó escapar entre dientes me hizo tragar saliva; hacía mucho que quería oírla de nuevo.

Yo solo levanté las cejas y sonreí ligeramente, ya que el corazón me palpitaba a una velocidad tan vertiginosa que temía que se me fuera a escapar del pecho si abría la boca para responderle. Los amigos de Jongin lo observaban todo con muecas en los rostros, confundidos pero al mismo tiempo entretenidos con la situación. Y no era para menos, puesto que la expresión de Jongin casi daba a entender que era la primera vez que veía una mujer y no sabía muy bien a qué atenerse ni qué hacer.

―Jongin, ¿quién es? ―inquirió entonces uno de los muchachos sentados en la escalera―. ¿La conoces? ―El pelo de innumerables y brillantes colores que le poblaba la cabeza como un pequeño arcoíris era casi tan ridículo como la risa de Jongin, aunque en aquella ocasión no comenté nada al respecto.

El nombrado no respondió a la pregunta y se limitó a observarme como si yo fuera un fantasma, aunque unos segundos después su voz queda volvió a hacer temblar mi corazón.

―Nuna, ¿eres tú? ―Yo asentí con cautela―. ¿De verdad eres tú? ―Volví a asentir, casi queriendo reír ante el tono agudo que la sorpresa provocaba en su voz.

Pude ver cómo tragaba saliva, confundido, sin saber muy bien cómo tomarse que yo hubiera aparecido de la nada frente a él tras tanto tiempo sin vernos, tras tanto tiempo queriendo verme, tras tanto tiempo queriendo verle.

Había crecido de nuevo. Hacía mucho que había dejado de ser un niño; estaba mucho más alto y su espalda se había vuelto más ancha, más masculina. Su cara había perdido por completo la redondez de niño que le quedaba, y unos pómulos afilados y una barbilla perfilada me saludaban orgullosos junto a unos ojos almendrados que no habían dejado de ser oscuros e insondables.

Todo parecía igual pero muy distinto al mismo tiempo. Familiar y nuevo.

El ruido que hicieron sus zapatos al arrastrarse sobre la gravilla del suelo de forma apresurada me resonó con fuerza en los oídos, pero con más fuerza me golpeó su olor una vez le tuve delante de mí y sus brazos me rodearon en un abrazo que me dejó sin aire.

Por fin.

Jongin me estrechó contra sí como si tratara de juntar en ese todos los abrazos que no había podido darme durante años, como si me hubiera echado de menos más que a nada en el mundo, como si en aquel instante no existiera otra cosa en el universo que no fuera nosotros, y suspiró temblorosamente en mi pelo como si al fin pudiera respirar tras mucho tiempo con los pulmones comprimidos. Yo sentí su pecho hincharse con grandes bocanadas de oxígeno, sus dedos extenderse por mi espalda y hombros en forma de manos grandes y cálidas que me encerraban en una jaula de seguridad que no quería abandonar jamás. Su corazón latía tan rápido que parecía que intentaba saludarme con ímpetu desde el interior de su ósea prisión.

Aspiré con ansia el olor de Jongin, casi me bebí el sonido de su voz cuando repitió la palabra nuna mil y una veces, grabé a fuego en mi memoria el tacto de sus dedos en mis mejillas cuando se separó un segundo de mí para observarme como si me estuviera viendo por primera vez y al mismo tiempo fuera la última. Cuando clavé mis ojos en los suyos casi creí ahogarme en aquellos profundos pozos que tantísimo había echado de menos.

El centelleante sol me cegaba y parpadeé sin cesar al mismo ritmo que mi corazón bombeaba sangre desbocado al resto de mi cuerpo, que parecía vibrar por dentro. Jongin me miraba inquieto y nervioso: casi podía ver cómo los engranajes de su cerebro se movían para intentar asimilar la situación que parecía no creerse aún; respiraba entrecortadamente.

Uno de sus amigos, el que estaba apoyado en la pared y cuyo rostro me había resultado vagamente familiar al llegar, intervino en aquel momento.

―Vamos, hombre, bésala ya ―soltó con sorna.

―Cállate, Zitao ―ladró Jongin como respuesta, aunque el tono fiero de su voz no era más que un murmullo apenas audible.

Zitao… Ah, Zitao. Ya recordaba al crío aquel, el de los calcetines olvidados en el autobús. Su compañero del fútbol. Zitao.

A pesar de todo, los ojos de Jongin se clavaron en los míos con más intensidad que antes, que nunca, y sus dedos me sujetaron el rostro con más decisión. A mí el corazón me dio un par de volteretas en el pecho solo de pensar lo que Jongin podría hacer y si seguiría el consejo de su compañero. Si tenía que ser sincera, aquello era algo que anhelaba con todas mis fuerzas y que temía irracionalmente al mismo tiempo, aunque casi podía adivinar por mí misma que nada extraordinario sucedería por la naturaleza reservada de Jongin, así que no me hice ninguna ilusión. No obstante, un montón de fuegos artificiales de cientos de colores me explotó detrás de los párpados cuando sus labios entraron en contacto con una de mis sienes durante un segundo tan escaso que pensé que me lo había imaginado. Antes de que yo pudiera siquiera articular palabra, Jongin me pasó los dedos por el pelo y se lanzó a abrazarme una vez más con tanta fuerza e intensidad que pensé que me desmayaría.

Mientras mis manos tomaban buenos puñados de la tela de la camiseta de Jongin y me reía contra su pecho ante los gritos y chiflidos indecentes en los que sus amigos habían prorrumpido un segundo antes por su supuesta «osadía por darle un beso a nuna delante de todo el mundo», pensé que al fin había vuelto a casa. El sonrojo que coloreaba a Jongin era tan potente que irradiaba calor; no difería mucho del mío. La miríada de sensaciones que me provocó el roce de su voz en el cuello mientras le escuchaba mascullar por lo bajo cómo iba a despellejar a todos sus amigos en cuanto tuviera la más mínima ocasión me hizo sentirme indefensa y perdida por un instante, aunque los brazos de Jongin me devolvieron a la realidad cuando me levantaron ligeramente del suelo todavía sumergido en el abrazo y volví a pensar que al fin había vuelto a casa.

Al fin estaba en casa.

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Jongin todavía se enrosca el pelo de forma inconsciente cuando duerme. ¿Por qué lo sé? Porque en este preciso instante está acostado en el sofá y yo estoy sentada en el suelo junto a su cabeza mientras le miro hacerlo.

Verle dormir siempre ha sido algo que me ha dado mucha paz.

El sol parece que quiere irse a dormir también, porque cada vez se esconde más tras los altos edificios de la ciudad. Jongin descansa entre profundos suspiros; sus largas extremidades esparcidas por toda la longitud del sofá están aún algo tensas; una de sus manos se le pierde entre la mata de pelo que definitivamente necesita cortarse de nuevo. Sonrío.

La camiseta se le ha levantado un poco al moverse y deja ver así un trocito de piel morena y suave que contrasta de forma casi irreal con el color claro de su ropa. Jongin remueve un poco el hombro para acomodarse en el sofá y hundirse más entre los cojines y traga saliva antes de soltar un murmullo tan quedo que si la casa entera no hubiera estado en silencio absoluto no hubiera sido capaz de entender.

Mis dedos se alzan desde donde previamente me sujetaban las rodillas contra el pecho y con sumo cuidado le apartan el pelo ―oscuro de nuevo― de la frente, más tarde bajan lentos por la curvatura de su nariz y trazan su carnoso labio inferior. Jongin vuelve a murmurar, yo me levanto y le observo un segundo más. La luz del sol y su postura despreocupada le hacen parecer un niño una vez más; el momento en el que más vulnerable se muestra es siempre cuando duerme, cuando todas sus defensas descansan junto con su cuerpo y sus agitados pensamientos.

Jongin ya sabe más que de sobra que no necesita esas defensas cuando está conmigo, pero a veces le cuesta trabajo dejarme entrar, como cuando se frustra al pensar que es una molestia para mí tenerle en casa siempre aunque yo intente de mil formas hacerle ver que no es así. Es solo cuando me da un beso en la comisura de la boca y siento sus tiernos labios tan cerca de los míos pero tan lejos al mismo tiempo mientras aprieta mi cuerpo contra el suyo con necesidad y respira con fuerza que sé que me está dejando entrar, pero aún nos queda mucho por recorrer.

El desbocado latido de su corazón, sin embargo, rápido como una liebre en el punto álgido de una frenética carrera, me dice que vamos por buen camino.

A pesar de que sé que no le gusta que ande descalza, cuando me levanto mis pies desnudos se mueven por el suelo fresco procurando no hacer ningún ruido para que él pueda dormir un poco más, unos minutos más. La mesita pequeña del salón está llena de libros con fórmulas y letras interminables que el pobre Jongin lleva días intentando comprender, y hace un rato finalmente se ha quedado dormido sobre uno de los pesados volúmenes. Aprovechando que un Jongin dormido es igual a un Jongin dócil, le he levantado la cara del libro y le he ayudado a incorporarse y subirse al sofá para evitar que en su somnolienta torpeza se hinque de frente contra la esquina de algún mueble. No sin cierta dificultad, mi misión ha sido un éxito y lleva ya durmiendo un par de horas, el mismo tiempo que yo llevo recordando momentos del pasado con él.

Llego a la cocina y de forma casi automática empiezo a preparar cena para dos: muy a mi pesar, no creo que Jongin esté dormido mucho más tiempo y sé que tendrá un hambre atroz en cuanto vuelva al mundo consciente. Está a punto de despertarse.

Junto a la puerta, en la cesta de la lavadora puedo ver sus pantalones de deporte y la camiseta de la selección coreana que le regalé por su último cumpleaños esperando a ser lavados. Jongin sigue jugando al fútbol con Minseok, Zitao y Chanyeol, e incluso Yifan, el delantero de su equipo rival en sus tiempos de instituto, se une a ellos algunas tardes para practicar y descargar tensiones.

Mientras tarareo una canción entre dientes, me dirijo al frigorífico y levanto una ceja cuando veo un paquete de yogures de fresa observándome inocente desde uno de los estantes. No me gustan las fresas.

Resulta algo extraño planteármelo ahora a mis veinticinco años, pero quién iba a pensar que aquel chiquillo despeinado de apenas once años acabaría abriéndose paso no solo en mi corazón, sino también en mi casa.

Hace meses que Jongin prácticamente vive conmigo. Él dice que le conviene más quedarse a estudiar algunas noches porque mi piso está más cerca de la universidad que el de su hermana y los días que sale tarde de clase no tiene autobús para volver, pero eso de ningún modo explica que en un abrir y cerrar de ojos la mitad de la ropa de mi armario se haya vuelto de hombre, que sus zapatos se amontonen en la puerta de entrada junto a los míos, que su cuchilla de afeitar y su cepillo de dientes estén en mi baño, que la población de calzoncillos de mis cajones haya aumentado misteriosamente de cero a veinte y que en el mueble de la cocina haya siempre un par de cajas de galletas de las que más le gustan. No obstante, cada vez que se lo menciono, él hace oídos sordos y me aprieta contra su costado para que sigamos viendo Pororo acurrucados en el sofá en toda una demostración de que sus veinte años de edad están llenos de pura madurez y nada más.

Yo por mi parte no me quejo y con una sonrisa en los labios me acurruco a su lado, porque los días que he vivido con Jongin han sido siempre los mejores días.

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4 comentarios

  1. Hola, ¿me extrañaste? (?)
    ;_______; Ay, que me muero, que no tengo palabras, que esto es precioso. La verdad admiro a la gente que puede escribir así, manteniendo el interés del lector desde la primera palabra hasta la última. Me da ganas de llorar, a pesar de que precisamente no es una historia trágica. No del todo.
    Me encantó, volvía caer en el amor con Jongin (?) -te odio Jongin, ¿dónde hay alguien tan perfecto como tú, eh? Si me quedo soltera para toda mi vida te voy a culpar-.
    Para que me entiendas mejor, me conmovió tanto como cuando lo veo bailar. ¿Entiendes la gravedad de eso? Termino derramando mocos cuando lo veo bailar, porque me hace pensar que nació para eso, porque baila y yo me olvido de mi propio nombre. Entonces tú me haces pensar que naciste para escribir.
    Algún día quiero ser alguien así, bailar y conmover a al menos una persona.
    Gracias, un millar de gracias, es hermoso TT_TT
    PD: Pescaito’s back, back, back, back (8)

    1. Preciosa, claro que te extrañé!! Cómo no, con lo buena que eres conmigo? *-*
      Es cierto que no es una historia trágica en sí (tiene sus momentos más angustiosos, pero nada demasiado dramático), pero hay partes en las que mientras escribía… se me llenaban los ojos de lágrimas porque lo sentía todo muy… intenso?? No sé cómo explicarlo ;___;
      Tranqui, que yo también ando en la misma tesitura de enamoramiento total con Jongin, el nene me trae loca xD
      «Para que me entiendas mejor, me conmovió tanto como cuando lo veo bailar. ¿Entiendes la gravedad de eso? Termino derramando mocos cuando lo veo bailar, porque me hace pensar que nació para eso, porque baila y yo me olvido de mi propio nombre. Entonces tú me haces pensar que naciste para escribir». ESTOY LLORANDO COMO UNA MARICA Y CREO QUE NO VOY A PARAR NUNCA JAMÁS. Eres tan preciosa… me dices cosas tan bonitas… no sé qué he hecho para merecer que seas tan buena conmigo, pero te estoy ta agradecida que no sé cómo compensártelo <33
      Espero y deseo con todas mis fuerzas que consigas todo lo que te propones, y si es bailando, darte todo el ánimo para que sigas teniendo la misma pasión, porque eso es lo que realmente conmueve al espectador <3
      Muchísimas gracias a ti de nuevo, cielo, gracias siempre por ser tan cariñosa conmigo. Mil besos <333

  2. ME ENCANTO!!! <3
    Pescaito eres re-genial … Amo cada unos de tus escritos, por tiempos pensé que yo era quien relataba la historia; me sentía triste en un momento y en otro feliz y sin darme cuenta ya estaba renegando… XD (Lo se estoy media loca, pero tu ayudas en eso hehe).

    Pescaito si te conviertes en escritora profesional, créeme que tendrías un gran futuro asegurado en esto… y si no ._.? … Pues igual serás la mejor en lo que te dediques :D

    Gracias por realizar estos fics :3

    Pd. Ya ando buscando otros fics ~De nuevo~
    Pd2. Hasta terminar de leer no sabia que los nombres de los chicos eran los integrantes de Exo a excepción de Chanyeol :D

    1. Me alegra contribuir a tu locura(?) Jeje no te preocupes que a mí me pasaba igual, lo sentía todo muy adentro ;u;
      Por dios, eso es un adulo y lo demás es tontería! ;;; Muchísimas gracias ;;;; No creo que llegue a convertirme en escritora profesional, pero oye, que sería algo genial *u* Muchas gracias a ti por pasarte a leer y comentarme de nuevo, de verdad que me alegra un montón que te haya gustado el fic ♥

      PD: ya hay más fics desbloqueados~ si te vas a la masterlist se ven subrayados con rosita /guiña
      PD: ay no? cómo que no lo sabías? kasjdhgiaudkas OAO

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